Lechuga al plato
La lechuga es un alimento que por estos tiempos no puede abandonar las mesas; en los organopónicos se enseñorea en los canteros como para retar el clima, bienvenida ella pues aporta muy pocas calorías, pero sí alto porcentaje de agua, del 90 al 95 por ciento, y varias vitaminas cruciales para la actuación orgánica del ser humano.
Una de ellas es la A o beta-caroteno y cantidades apreciables de la C, con acción antioxidante, relacionadas con la prevención de enfermedades cardiovasculares e incluso ciertos tipos de cáncer, minerales (potasio, magnesio) y fibra necesaria para el buen funcionamiento intestinal.
Las hojas externas de color más oscuro son las más nutritivas que las blanquecinas del interior. La romana cultivada al aire libre es la más rica en componentes.
Cruda es la mejor forma de disfrutar de su frescura, agradable sabor y valor nutritivo. Las hojas más duras se pueden cocer como cualquier otra verdura.
Es apreciada por sus propiedades anestésicas para ciertas neuralgias como la ciática, y como inductora del sueño. Por ello se recomienda comer por la noche un buen plato de lechuga.
Además, por su contenido en fibra, produce una gran sensación de saciedad después de haberla comido, aunque aporta muy pocas calorías, por lo que está especialmente indicada como entrante o como guarnición en dietas para perder peso.
En su conservación, manipulación e higiene, no necesita condiciones especiales de conservación, pues basta con guardarla en un lugar fresco, seco y protegido de la luz.
Dura más tiempo envuelta en papel de periódico, para que conserve la humedad en el verdulero del frigorífico.
Pero el oxígeno del aire le oxida una parte importante de las vitaminas. Para evitarlo, una vez preparada para ensalada conviene rociarla con unas gotas de zumo de limón.
Igualmente, al trocearla hay mayor superficie en contacto con el oxígeno por lo que la oxidación de vitaminas es mayor.
Por tanto, se tratará de partir justo en el momento que se vayan a consumir. Conviene lavarla bien antes de hacerlo con el fin de eliminar insectos o restos de pesticidas que pudiera contener.
Cruda es la mejor forma de disfrutar de su frescura, agradable sabor y valor nutritivo. Las hojas más duras se pueden cocer como cualquier otra verdura.
Es apreciada por sus propiedades anestésicas para ciertas neuralgias como la ciática, y como inductora del sueño. Por ello se recomienda comer por la noche un buen plato de lechuga.
Además, por su contenido en fibra, produce una gran sensación de saciedad después de haberla comido, aunque aporta muy pocas calorías, por lo que está especialmente indicada como entrante o como guarnición en dietas para perder peso.
En su conservación, manipulación e higiene, no necesita condiciones especiales de conservación, pues basta con guardarla en un lugar fresco, seco y protegido de la luz.
Dura más tiempo envuelta en papel de periódico, para que conserve la humedad en el verdulero del frigorífico.
Pero el oxígeno del aire le oxida una parte importante de las vitaminas. Para evitarlo, una vez preparada para ensalada conviene rociarla con unas gotas de zumo de limón.
Igualmente, al trocearla hay mayor superficie en contacto con el oxígeno por lo que la oxidación de vitaminas es mayor.
Por tanto, se tratará de partir justo en el momento que se vayan a consumir. Conviene lavarla bien antes de hacerlo con el fin de eliminar insectos o restos de pesticidas que pudiera contener.
0 comentarios