A la luz de las palabras martianas, el prisionero 113
La invitación hecha a las nuevas generaciones por el Doctor Armando Hart Dávalos durante la clausura del XXXV Nacional de Estudios Martianos a analizar el mundo de hoy a la luz de de las palabras de nuestro Apóstol, resulta receptiva y de consulta para demostrar que las ideas no envejecen.
Y como constituyen una fuente de constante recurrencia e impulso, y viendo los temas abordados en los talleres realizados en este ámbito, algunos apuntes retomé del archivo de una estudiosa de su obra a raíz del evento recién finalizado.
LA FAMILIA
Las relaciones paternofiliales en ese hogar del que nació Martí a la historia y que no debemos olvidar por su aporte a la vida y a la vida, la investigadora subraya que tiene la semilla en sus padres. Hijo de españoles, de una canaria y de un valenciano, de una mujer y de un hombre que querían que su único hijo varón, en el concierto de tantas niñas – recordemos lo que era ser mujer entonces, carga y destino para la familia y el matrimonio- que querían, subraya el documento, que su José Julián fuera honrado y trabajador, igual que don Mariano, su padre. Legítimo en su voluntad y en su civismo, y que si se daba a las letras, como parecía serlo su destino, con la ayuda del maestro Rafael María de Mendive como antes con la de don Rafael, otro buen criollo, maestro de la escuela cubana, su nombre Rafael Sixto Casado.
El destino de José Martí era el destino de Cuba en la espigada manigua, sable y machete en violento y graneado enfrentamiento, con la sangre en las bridas de las caballerías.
Narra que el choque se produjo así y fue quizás el azar lo que lo llevó a aquella escuadra de Voluntarios. Aquel brioso estudiante del San Pablo, aquel jovenzuelo que intentaba traducir a Shakespeare y a Byron, el periodista imberbe de El diablo cujuelo , junto a su fraterno Fermín Valdés Domínguez, el mismo que escribió La patria libre y que apuntaba su amor patrio desde su poema dramático Abdala, se irrumpía en la majestad del sufrimiento, cuando entraba a la Cárcel Nacional y, después del Consejo de Guerra, a cumplir seis años de trabajos forzados en las canteras de San Lázaro.
Entonces y cuando él entraba al presidio, con solo 17 años, con el número 113 de la primera brigada de blancos, aquella española recia e inteligente que era su madre, doña Leonor, comenzó del brazo de su esposo a bregar, entre su pena y orgullo.
Se iniciaba no sólo la batalla por librarle de tal condena, por salvarle la vida, sino de una batalla brava, donde el honor y el estoicismo, sentidos tan fuertemente en la cultura popular hispana, se materializaban. Y mientras el adolescente se transforma, al pie de sus grilletes, los cuales le lesionarían la carne de por vida, y la cal enfermara sus ojos mientras el tobillo se lacera los cabellos comenzaron a despoblarse, pero las penalidades físicas no lograron menguarle el carácter.
Entonces sus progenitores comenzaron no sólo a compartir con él tales penurias, sino que se elevaron sobre la injusticia, y don Mariano Martí, quien ha conocido al catalán José María Sardá y Gironella, mientras laboraba en el puerto de Batabanó como celador de policía, acude a su hombría, sabedor de la condición de contratista de las canteras donde se le mata a su hijo.
Doña Leonor Pérez, con sus luces, que son muchas, se dirigió a las autoridades españolas, alegando la minoría de edad de su Pepe, las necesidades de un hogar con siete niñas y urgido de ayuda en el sustento de su único varón, para pedir clemencia.
Todos los pormenores de su estancia en las canteras con el número 113 se conocen, mas es bueno acudir a la historia, repasarla, porque la adolescencia como la juventud son dos momentos esenciales para cualquier ser humano, allí se resumen sueños y esperanzas.
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