El tic tac del reloj
Cómo medir la duración de los fenómenos? Fue la pregunta primigenia que movió voluntades y puso a pensar a inventores y filósofos en busca de una forma práctica que despejara la incógnita de la dimensión que linda con lo fantástico: el tiempo.
La respuesta a través de los siglos fueron hallazgos sorprendentes, mecanismos ingeniosos, de exactitud aparentemente infalible y nuevas interrogantes que ensanchan la imaginación hasta los límites mismos de la ficción científica.
Así surgieron calendarios para marcar fechas, estaciones, eclipses y otros hechos astronómicos perceptibles en plazos regulares, además de la sucesión de los días limitados por la salida y la puesta del sol y de la luna. Pero fue necesario más: marcar los intervalos dentro de la luz y la oscuridad.
Unos tres mil años antes de nuestra era (ane), los sumerios, en Mesopotamia, organizaron el tiempo en horas de 60 minutos y éstos en 60 segundos. Utilizaron ese número porque era fácilmente divisible por dos, por tres y cuatro.
De acuerdo con referencias históricas, mil 500 años ane los egipcios hallaron una fórmula que a muchos se les antojaba mágica para medir el tiempo a través de los llamados relojes de sol, que en realidad se valen de la sombra sobre una escala marcada en una superficie.
Ciudades antiguas en Europa y Asia conservan aún esa práctica como atracción turística.
El reloj de arena fue una creación mucho más reciente. Existen confirmaciones de que en el año 1100 los médicos lo utilizaban para observar el pulso de sus pacientes y los maestros la duración de sus clases.
Se trata de un método sencillo en el que las partículas pasan de una ampolleta de vidrio a otra mediante un orificio calibrado. De esa forma se controla los minutos y hasta las horas en forma infinita, dándole vueltas al reloj cuando completa el escurrimiento de una de sus recipientes.
A la ciudad de Milán, en Italia se le atribuye la cuna del reloj mecánico, cuando en 1335 apareció allí un modelo singular sobre una torre, aunque aún sin la clásica esfera. El sistema fue copiado por otras ciudades europeas y rápidamente se popularizó.
Peter Henlein (1479-1542) se nombró un cerrajero alemán empeñado en alcanzar un viejo anhelo humano: llevar consigo la hora exacta, y no depender de relojes situados en distantes lugares. Logró su propósito con un ingenioso mecanismo portátil, controlado por un simple muelle y una manilla para indicar la hora en una esfera.
En 1880 el observatorio Real de Greenwich estableció oficialmente la hora para toda Gran Bretaña y cuatro años más tarde su dictamen sirvió de patrón para el mundo entero, lo que significó un importante paso de avance a escala planetaria para medir el tiempo con más regularidad y exactitud.
El siglo XX debutó con los relojes de pulsera para damas, pues los caballeros preferían los de bolsillo, más discretos y masculinos, según la moda. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) se encargaría de demostrarle a los soldados en las trincheras que era mucho más práctico conocer la hora echando un simple vistazo a la muñeca.
En 1939 fue instalado en Greenwich el primer reloj de cuarzo, cuyos cristales vibran 100 mil veces por segundo. Mediante la tecnología adecuada posibilitó medir el tiempo con un error máximo de dos milésimas de segundo al día.
Nueve años después debutó el reloj atómico, que cuenta las vibraciones naturales de los átomos de cesio con una precisión aún mayor.
Como hecho curioso, astrónomos hacen notar que nuestro planeta está ralentizando su movimiento, lo que posibilitará dentro de algunos pocos millones de lustros prescindir de los llamados años bisiestos, de 366 días, uno más que los años comunes.
A propósito del movimiento planetario, entre las curiosidades de la medición del tiempo hay que referir el año más largo de la historia: 40 ane, que duro 445 días, pues fue necesario alargarlo en 90 días para corregir el tiempo con el año solar. Imagínense los desórdenes que ocasionó, pues pasó a la historia como el Año de la Confusión.
Así surgieron calendarios para marcar fechas, estaciones, eclipses y otros hechos astronómicos perceptibles en plazos regulares, además de la sucesión de los días limitados por la salida y la puesta del sol y de la luna. Pero fue necesario más: marcar los intervalos dentro de la luz y la oscuridad.
Unos tres mil años antes de nuestra era (ane), los sumerios, en Mesopotamia, organizaron el tiempo en horas de 60 minutos y éstos en 60 segundos. Utilizaron ese número porque era fácilmente divisible por dos, por tres y cuatro.
De acuerdo con referencias históricas, mil 500 años ane los egipcios hallaron una fórmula que a muchos se les antojaba mágica para medir el tiempo a través de los llamados relojes de sol, que en realidad se valen de la sombra sobre una escala marcada en una superficie.
Ciudades antiguas en Europa y Asia conservan aún esa práctica como atracción turística.
El reloj de arena fue una creación mucho más reciente. Existen confirmaciones de que en el año 1100 los médicos lo utilizaban para observar el pulso de sus pacientes y los maestros la duración de sus clases.
Se trata de un método sencillo en el que las partículas pasan de una ampolleta de vidrio a otra mediante un orificio calibrado. De esa forma se controla los minutos y hasta las horas en forma infinita, dándole vueltas al reloj cuando completa el escurrimiento de una de sus recipientes.
A la ciudad de Milán, en Italia se le atribuye la cuna del reloj mecánico, cuando en 1335 apareció allí un modelo singular sobre una torre, aunque aún sin la clásica esfera. El sistema fue copiado por otras ciudades europeas y rápidamente se popularizó.
Peter Henlein (1479-1542) se nombró un cerrajero alemán empeñado en alcanzar un viejo anhelo humano: llevar consigo la hora exacta, y no depender de relojes situados en distantes lugares. Logró su propósito con un ingenioso mecanismo portátil, controlado por un simple muelle y una manilla para indicar la hora en una esfera.
En 1880 el observatorio Real de Greenwich estableció oficialmente la hora para toda Gran Bretaña y cuatro años más tarde su dictamen sirvió de patrón para el mundo entero, lo que significó un importante paso de avance a escala planetaria para medir el tiempo con más regularidad y exactitud.
El siglo XX debutó con los relojes de pulsera para damas, pues los caballeros preferían los de bolsillo, más discretos y masculinos, según la moda. La Primera Guerra Mundial (1914-1918) se encargaría de demostrarle a los soldados en las trincheras que era mucho más práctico conocer la hora echando un simple vistazo a la muñeca.
En 1939 fue instalado en Greenwich el primer reloj de cuarzo, cuyos cristales vibran 100 mil veces por segundo. Mediante la tecnología adecuada posibilitó medir el tiempo con un error máximo de dos milésimas de segundo al día.
Nueve años después debutó el reloj atómico, que cuenta las vibraciones naturales de los átomos de cesio con una precisión aún mayor.
Como hecho curioso, astrónomos hacen notar que nuestro planeta está ralentizando su movimiento, lo que posibilitará dentro de algunos pocos millones de lustros prescindir de los llamados años bisiestos, de 366 días, uno más que los años comunes.
A propósito del movimiento planetario, entre las curiosidades de la medición del tiempo hay que referir el año más largo de la historia: 40 ane, que duro 445 días, pues fue necesario alargarlo en 90 días para corregir el tiempo con el año solar. Imagínense los desórdenes que ocasionó, pues pasó a la historia como el Año de la Confusión.
0 comentarios