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Marilyn...del Cuyaguateje

Einstein

Einstein

A Albert Einstein (1879-1955), Premio Nobel de Física en 1921, se le atribuyen, entre otras, las siguientes anécdotas:

1) Un periodista le preguntó una vez: «¿Me puede Ud. explicar la Ley de la Relatividad? Y Einstein le contestó: «¿Me puede Ud. explicar cómo se fríe un huevo?». El periodista lo miró extrañado y le dijo: «Pues sí que puedo», a lo cual el gran físico replicó: «Hágalo, pero imaginando que yo no sé lo que es un huevo, ni una sartén, ni el aceite, ni el fuego».

2) En una conferencia que dio en Francia, el escritor Paul Valery le preguntó: «Profesor, cuando tiene una idea original ¿la anota en un cuaderno o en una hoja suelta?». Einstein respondió: «Cuando tengo una idea original no se me olvida».

3) Considerando que tuvo tres nacionalidades (alemana, suiza y estadounidense), un periodista le preguntó qué posibles repercusiones había tenido esto sobre su fama. «Si mis teorías hubieran resultado falsas, los estadounidenses dirían que yo era un físico suizo; los suizos, que era un científico alemán; y los alemanes, que era un astrónomo judío».

4) En 1919, fue invitado a compartir una velada con personalidades inglesas. Entre estas había un aristócrata muy interesado en los trabajos del físico. Tras una larga conversación, el señor le comentó a Einstein que había perdido a su mayordomo...

—La raya del pantalón la he tenido que hacer yo mismo, y el planchado me ha costado casi dos horas.

—¿Me lo va a decir a mí?, le respondió el maestro. ¿Ve usted estas arrugas de mi pantalón? He tardado casi cinco años en conseguirlas.

5) En los años 20, cuando empezaba a ser conocido por su Teoría de la Relatividad, Einstein era muy solicitado por las universidades para dar conferencias.

Un día le comentó a su chofer lo aburrido que era repetir lo mismo. «Si quiere —le dijo el hombre— lo puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar».

Einstein estuvo de acuerdo y antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron sus ropas y el profesor se puso al volante. Como ninguno de los académicos del público conocía al físico, no se descubrió la farsa.

El chofer expuso sin dificultad la conferencia, pero al final alguien en la audiencia le hizo una pregunta. Ni idea tenía el disertante; sin embargo, rápidamente contestó:

«La pregunta de usted es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al fondo de la sala, se la responda

-Tomado de juventud Rebelde -

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