El periodismo en su lugar
Por: Hugo Rius
Mucho me estuve preguntando si serán estas sesiones finales del Congreso, o mejor decir, los restos que nos quedan, bajo la férrea vigía del dios Crono, otro de nuestros habituales desahogos catársicos colectivos.
O si acaso reinterpretaremos aquí esa suerte de enconada danza del fuego entre el periodista y la fuente informativa, entre esa fuente y el periodista.
Si esto último fuese el caso consumiríamos todo el tiempo, nos desgastaríamos narrando anécdotas, incidentes, episodios recién salidos del horno, y algunos ya en categoría de clásicos antológicos.
Ya sean, a guisa de ejemplo, los de quienes eligen para cubrir su accionar unos medios, desperdiciando las potencialidades de otros, como si de un servicio de restaurante a la carta se tratara.
O aquella escena de equívoco en la terminal aérea capitalina, digna de Woody Allen, entre un jefe de estado que nos visitaba y los reporteros silenciados.
O el caso de quien se proclamó triple propietario virtual: propietaria de un ilustre visitante, de la periodista que lo entrevistaba y del hotel donde se desarrollaba la entrevista.
Todo ello no constituye más que puntas visibles de una gran asignatura pendiente: hacer que cristalice de una vez y por todas la política informativa del Partido, en una de sus aristas cruciales, la de las relaciones entre el periodista y la categoría fuente, utilizada con vaguedad elíptica y que debemos develarla por sus nombres: las instancias políticas y administrativas, los cuadros de toda índole, sectores y niveles.
Hay quienes nos lanzan primorosas flores verbales el 14 de marzo, y al día siguiente ordenan a los cuadros subalternos cerrar los grifos informativos a los periodistas, aunque entendemos perfectamente que nadie quiere tener grifos sin zapatillas.
Hay quienes ejecutan el mismo ritual celebratorio y en la primera oportunidad pública denostan de la prensa, como si los periodistas fuesen los únicos chicos malos del cuento, los exclusivos chicos erráticos, a cuyas acertadas interrogantes se les responden con evasivas, sofismas lapidarios o arrullos de cuna, haciendo abstracción de que el periodismo es un cuerpo vivo, dialéctico, en interacción social continua con pluralidad de participantes, mutuamente influyentes, ignorando la regularidad científica de que las luces y las sombras de la prensa siempre serán el fiel reflejo de la sociedad en su conjunto, de la cultura y creencias de sus diversos actores e instancias, de las estructuras en funcionamiento.
La política informativa constituye guía rectora indispensable, conceptualmente concebida como expresión de una voluntad del Partido para potenciar el protagonismo social del periodismo cubano, que le es inherente por naturaleza, pero entrabada en su aplicación concreta, en su vertebración y organicidad debido a factores subjetivos.
El justo empeño se torna arduo a la hora de interactuar con quienes aceptan la política informativa solo de dientes hacia fuera sin apropiarse de su sentido y alcance, la ignoran, obstaculizan, la desacatan y la minan, y quién sabe, me sospecho, con quienes tal vez ni siquiera se han tomado el trabajo de leer su texto.
En cualquiera de los casos siembran en los periodistas descreimientos, escepticismo y proporcionan pretextos —inexcusables, claro está— para el acomodamiento, el facilismo, y la pereza intelectual en nuestras filas.
Más allá de las catarsis y de las quejas puntuales, sostengo que para poder avanzar en la política informativa, se impone también que avancemos conceptualmente en cuanto a la esencia del ejercicio del periodismo, rectificando confusiones, y superando visiones empobrecedoras, reduccionistas, estereotipadas, y hasta simplonas.
En primer lugar frente a la concepción del periodismo como un mero oficio al que se accede improvisadamente y para el que basta con el aprendizaje de unas pocas técnicas, la repetición de rutinas y la apropiación de un mellado repertorio de argucias de vieja escuela.
Por angustioso que nos resulte el actual déficit temporal de periodistas en nuestros medios, de ninguna manera debemos permitirnos transitar por la tramposa fórmula de la improvisación, en la que se gana en cantidad y se pierde en calidad en una desprofesionalización que compromete el futuro.
El periodismo, ratifiquémoslo, es una de las más serias y responsables profesiones, surcada por múltiples saberes científicos, una ciencia en sí mismo, si responde a leyes históricas y sociales, si manifiesta regularidades científicas identificables.
No en balde nuestro Comandande en Jefe sentenció con su acostumbrada lucidez en el anterior congreso —al referirse a la preparación superior para ejercer el periodismo, y a la dimensión de nuestra profesión— que el periodista es casi como un estadista.
Estimo que nuestro periodismo debe remontar la estrecha concepción instrumentalista, o la de vehículo de propaganda, si esta no se encara con ciencia y con arte, y en cambio los argumentos son reemplazados por consignas, cifrismo y lugares comunes chatos y grises que ni persuaden ni emocionan, o para divulgar con desmesura apologética logros que la población no palpa. (desde la feliz reedición de Paradiso hasta la esperanzadora fabricación del puré de tomate, inaccesible aún en la moneda de todos los cubanos)
Recordemos siempre que el público, las audiencias, son los que otorgan credibilidad a los medios, obedeciendo a patrones bien precisos: estricta veracidad, información necesaria y de interés, completa y a tiempo, reflejo de la realidad social con todos sus matices y contradicciones, orientación certera y oportuna, respeto a la inteligencia ajena, crítica con desenlace, y seducción expositiva, estilística, que invite al razonamiento y remueva fibras del alma.
Recordemos también que el público nos somete a permanente escrutinio y dispone del irrectricto poder de desconectarse de los medios audiovisuales y de doblar el periódico.
El periodismo constituye una modalidad singular del conocimiento, rescatada en el lema del congreso, pues para hacer conocer, para reflexionar e informar, hay que empezar por conocer. Es un componente esencial de la cultura.
El periodismo es un tributario de la historia, un hacedor ideológico de sentidos, un constructor de la realidad social como realidad pública, un constructor de símbolos, un transmisor de agendas, un forjador de opinión pública y un productor y reproductor de consensos, es decir un infaltable aportador a la cohesión nacional y social, tan relevante frente a las amenazas y peligros que se ciernen en torno a nuestro proyecto revolucionario, de frente a un enemigo histórico que en un eventual tiempo nuevo post electoral puede transmutarse las vestiduras, pero jamás renunciar a su hostil perversidad de esencia.
He pensado mucho por estos días del Congreso que tal vez no tengamos plena conciencia de la magnitud del poder del periodismo, que nada tiene que ver con esa anacrónica mitología burguesa del cuarto poder, sino al inconmensurable poder de movilizar el pensamiento desde el pensamiento mismo, de desatar ideas e incentivar el debate enriquecedor, en una misión transformadora.
¿Cuál es el proyecto de periodismo martiano, nuestro periodismo revolucionario fundacional, sino uno movilizador del pensamiento y de la acción transformadora? Proposición, estudio, examen y consejo.
¿Qué otro es el aliento del periodismo de Fidel Castro con sus vibrantes denuncias en el pasado neocolonial, forjador de conciencia? ¿Cuál otro con el que hoy nos acompaña e ilumina, alerta, previene, avizora, ciudadano universal de la Patria-Humanidad?
Compañeras, compañeros, estamos urgidos a potenciar todas nuestras fuerzas, a superarnos a nosotros mismos, a empinarnos empinando la mira, a desbrozar, junto al Partido, el camino por el que tiene que andar el periodismo para que cumpla sus altas funciones, y al mismo tiempo forjar un modelo, un diseño de periodismo muy nuestro, muy cubano y muy socialista.
Quisiera emitir mi voto, o más bien hacer votos, o acaso solo un acto de fe, por que rebasemos las catarsis y actuemos con lucidez, madurez y sentido del momento histórico y cambiemos lo que se tenga que cambiar
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