Blogia
Marilyn...del Cuyaguateje

Dinero, dinero...

Dinero, dinero...   Ni Marilyn Monroe ni Marlene Dietrich descansan en paz. Ya no es siquiera que sus rostros, por siempre bellos y juveniles en las pantallas de cine, hagan pensar en una perdurabilidad - la de las imágenes -  más duradera, por más intangible, que la de los cuerpos.

Sus objetos, meras cosas cuya única gracia es haberles pertenecido, les jueguen quizás aún una broma cruel. No sólo están sino son exhibidos, tanto como en vida, lo fueron sus dueñas.

Ellas y muchos otros, verdaderos mitos del siglo XX, parecen seguir siendo perseguidos por la curiosidad pública, la misma que atisbaba los desvaneos de la Monroe y la mostraba sin maquillaje, queriendo que la despampanante rubia era un simple artificio.

Por cruel paradoja, el suicidio con que Marilyn quiso escapar , se puso en su contra: sigue siendo un motivo más para la especulación. Un círculo de imparables fuerzas centrífugas parece seguir absorviéndola a ella y sus objetos. Todavía se pueden buscar las noticias dde las estruendosas ventas de su piano, de unos empinados zapatos y hasta del vestido con que le cantara "Happy birthday"a John F. Kennedy.

Pero con la Dietrich todo fue más agónico. Según el diario español El Mundo, que cayó a mis ojos por casualidad, sus cartas, algunas dedicadas a su primer amor, fueron vendidas por 23 mil marcos a Daniel Celento. La proximidad del centenario de la actriz destapó ese furia mercantil por entonces y el tal Celento, hombre del que se dijo fan de la actriz, sin el menor respeto se apropió de la intimidad de Marlene.

Él fue un eslabón más. El irrespeto empezó antes. Alentado por las propias estrellas, es uno de los mecanismos del marketing. A la hora de vender todo vale y todo cuesta.

Recuerdo que leí que los cabellos de John Lennon - tantos que tal parece se trataba de un oso y no de un humano- y los rechinantes trajes de Elvis Presley, también resultaron muy cotizados.

Que los objetos del autor de "Imagine", precisamente de la utópica "Imagine", se hayan vendido como pan caliente - aunque no al precio del pan caliente - constituye otra tristísima paradoja.

 El mercado, la publicidad y el morbo

0 comentarios