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Marilyn...del Cuyaguateje

Elena Bourke, la Señora sentimiento

Elena Bourke, la Señora sentimiento

El filin se oye, en su majestad Elena Bourke tiene a una de las máximas exponentes.

Nacida en La Habana, un 28 de febrero en 1928, Elena Burke atravesó las más depuradas expresiones de la escena cubana cuyos comienzos se remontan a los años cuarenta cuando integrara el célebre conjunto llamado Las mulatas de fuego. Tiempo después, habiendo cantado en los “aires libres” del Prado habanero, Elena se incorpora a uno de los más importantes cuartetos nacionales, el de Orlando de la Rosa. Ya desde entonces, su vínculo con la canción romántica es definitivo. Así las cosas, en 1956 entra a formar parte, junto a Moraima Secada y las hermanas Haydeé y Omara Portuondo, de aquel acontecimiento que devino el cuarteto de voces femeninas màs universal de nuestro ámbito, el célebre Cuarteto de Aida que fundara la pianista Aida Diestro. Simultáneamente al vertiginoso éxito del Cuarteto, Elena cantaba en pequeños clubs citadinos, en rincones inusitados, en innumerables reuniones entre amigos y, en esa ola de espontaneidad, nacían las primeras manifestaciones del movimiento del filin en cuyo seno iba a nacer una atractiva reina, una mujer llamada a cautivar a todo tipo de públicos hasta convertirse ella misma en la historia de la canción cubana de nuestros días.

Con una sencillez inverosímil, Elena se daba a querer. Infinidad de adjetivos y epítetos han tratado de definirla: “Su Majestad Elena Burke” o “La Señora Sentimiento”, entre los más difundidos. El pueblo, con su sabiduría milenaria, la ha definido mucho mejor: Elena. Así la hemos nombrado todos los días en las avenidas de La Habana, en los puertos de mar o en cualquier sitio del planeta o de la Isla donde se haya encontrado.

Elena nació a la fama como la intérprete más fiel del filin. El lado romántico de los cubanos alcanzó en su voz el mayor de los esplendores. Fue ella, de hecho, quien resumiera la esencia de aquel decir tan habanero, tan cubano, tan novedoso. Durante los años sesenta, escuchar a Elena en lugares íntimos, pequeños, era aprender a disfrutar de un modo de decir inédito, tan único que no ha habido después cantante alguno capaz de reproducirlo. Temperamental, inquieta como pocas, con un afán perpetuo de creatividad, Elena supo ir buscando y supo encontrar un estilo que, más allá de sus cualidades vocales, le ha dado no sólo el don de la expresión sino una libertad tan palpable que le permite interpretar a José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Ñico Rojas, Frank Domínguez, Piloto y Vera, Marta Valdés, entre otros.

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