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Marilyn...del Cuyaguateje

Días del perro

Días del perro

El perro callejero cubano bien pudo ser el prototipo empleado por Walt Disney para desempeñar el protagonista masculino de La dama y el vagabundo porque, más que perro, el tipo es ligero y astuto como un lince: se las sabe todas. Es amante hasta las últimas consecuencias; se conoce de animales que han trepado paredes para satisfacer a la perra de sus sueños; está el que hace maromas para gestionar un pedazo de pan, el que sabe dónde cobijarse cuando llueve, hace frío o se dispone a robarle el frío a las estrellas para ganarle una noche más al calor... Ese es el perro que usted verá muy dispuesto, gallardo, por las calles de Cuba. Ahora bien, ¿cómo se llama?

Mientras los nombres de los niños se hacen en Cuba cada vez más complejos e impronunciables, las mascotas, en especial los perros, reciben nombres de personas. Lejos están los tiempos en que los falderos se llamaban Pluto, Ríntin, Lobo o Manchi... A nadie llama ya la atención que respondan por Dalí o Frida, Sandro o Loipa, Cintia, Mateo, Lola, Lucas, Samuel, Bruno o Tanya. Como Napoleón y Josefina bautizó a su pareja de pekineses alguien con mucha imaginación y sentido del humor, sin importarle la incongruencia de tan augustos nombres en animalitos tan pequeños. La doctora Graziella Pogolotti se remontó a los griegos y llamó Electra a su mascota, y Natalia es el nombre de la del destacado narrador Leonardo Padura. No queda atrás el autor de esta página. Su perro no solo tiene nombre, tiene también apellido, José Cemí, como el protagonista de Paradiso, la célebre novela de Lezama Lima.

Tanto Natalia como Cemí son perros recogidos en la calle y se ganaron el premio gordo de su nueva vida. Perros sin raza; mestizos, como se dice ahora. Van siendo ya toda una excepción en lo que a mascotas se refiere. De un tiempo a esta parte los perros finos se pusieron de moda, aunque a veces no sean legítimos del todo. En los años 70, el boom del pastor alemán fue el preludio de lo que vendría después. Llegaron así los lebreles afganos y los sabuesos y el pachón inglés y el braco francés para caer en el doberman, el chau-chau y el siberiano. Familias hay que invierten una pequeña fortuna en perros como esos, sin tener en cuenta que ninguno es más fiel y cariñoso que el sato. Y no son pocos los que al exponer a sus perras de raza a embarazos sucesivos y a veces fatales se empeñan en multiplicar la inversión inicial para abandonarlas cuando dejan de funcionarles como máquinas de hacer dinero. El afamado poeta Miguel Barnet, autor de Biografía de un cimarrón, es el feliz propietario de trece perros chihuahuas, descendientes casi todos de un ejemplar que fue campeón de su raza en la República Dominicana. El notable pintor Arturo Montoto y su esposa María Eugenia, duplican esa cantidad. Por humanidad, dan atención y cobijo en su casa a 26 perros, mestizos en su mayoría, y, convencidos como están de que cuanto más indefensa se halla una criatura, más derecho tiene de que el hombre la proteja de la crueldad del hombre, aún tienen ánimo y sentimiento para recoger a otros sin dueños a los que alimentan, desparasitan, inmunizan y esterilizan antes de encontrar a quienes los adopten. Nadie superaba en eso a la poetisa Dulce María Loynaz, Premio Miguel de Cervantes. La autora de Jardín mantenía sin ayuda de nadie un asilo canino en su finca La Misericordia, en las afueras de La Habana, y calladamente creó un paraíso para los perros callejeros.

Desconozco si se trata de una celebración universal, pero el 10 de abril es el Día del Perro. Así lo anuncia la Asociación Cubana para la Protección de Animales y Plantas. Todo el año debía ser, sin embargo, el día del perro, del propio y del ajeno y de ese que anda por ahí, abandonado a su suerte. No basta con proporcionarles un techo y el alimento suficiente. También es importante hacerles sentir que son queridos e importantes, que se les toma en cuenta. Captan y comparten nuestros estados de ánimo y entienden todo lo que les decimos. Y son capaces de respondernos y de decirnos lo que quieren. Preste, si no, atención a los ladridos y gruñidos de su mascota. Nunca son iguales. Hay uno para cada ocasión. No son ellos culpables de que, lerdos como somos, no siempre los entendamos.

Un asunto más. El perro callejero cubano es polígloto. Háblele en cualquier idioma y verá.

Nota: Ahora también a los que gustan de estas mascotas les ha dado por ponerle nombres de futbolistas, ya conozco a Edú, Kun Aguero, Verón...en fin una lista larga.

-Ver trabajo Piropos, Juventud Rebelde domingo 7 de diciembre de 2008-

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