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Marilyn...del Cuyaguateje

Cómo llegué a ser periodista

Zenaida Ferrer Martínez

Con la práctica aprendí que el periodismo es una profesión que se siente en lo más profundo del ser, y que no te permite olvidar qué eres ni aún durmiendo. Con frecuencia, mis más sentidos trabajos los he escrito en la mente mientras “descanso”, y también muchas madrugadas las he pasado rectificando errores sobre algo que escribí, y eso me ha salvado de publicarlos.

Pero no siempre soñé ni quise ser periodista, y hoy, sentada en esta sala del Palacio de Convenciones, donde se desarrolla el VIII Congreso de la UPEC, del que soy parte activa, me pregunté a mí misma: ¿cómo llegué hasta aquí?, ¿qué me impulsó a ser periodista?

Entonces, recordé que al ingresar a la escuela secundaria, sin que mediara ni un día de compartir con mis compañeros y compañeras, me eligieron monitora de Física, y aunque reconocía mi no apego a esta asignatura, lo acepté y traté de estudiar mucho para cumplir las tareas inherentes a esa responsabilidad. Ya casi finalizando el curso, un grupo de inspectores del MINED, indagaba por los planteles docentes cómo funcionaba el programa de preparación de monitores vinculado a la formación vocacional.

Nos entrevistaron personalmente a todos los monitores y nos pidieron redactar en una hoja nuestros sentimientos e impresiones al apoyar a los profesores en su labor docente. No puedo reproducir lo que escribí, solo sé que al evaluar lo redactado, la comisión visitante dictaminó: “esta niña debe ser monitora de literatura o de español, y que sus maestros la preparen para escritora”.

A partir del próximo curso, pasé a ser monitora de Español y durante los tres años de preuniversitario, me vinculé directamente con la cátedra de Literatura y Gramática y empecé una carrera sin fin de lectura que me llevó a leer mucho y variado y las más de las veces, muy buena literatura, según lo que me proponían mis profesoras. Pero, a pesar de eso, sentía una fuerte inclinación por las matemáticas, así que finalizar el bachillerato, en un año histórico para el país, luego de permanecer cuatro meses en la zafra de los 10 millones, solicité ingresar a la Facultad de Matemáticas de la Universidad de La Habana.

Por suerte para mí, volvieron los inspectores, -otros, claro está-, a recorrer los preuniversitarios para ayudar en la formación vocacional, y tras hacernos encuestas psicológicas, sociológicas y culturales a los graduandos, determinaron que mi verdadera vocación eran las letras. Entonces, también entusiasmada por el ya fallecido Eddy Martin, una persona cercana a la familia, periodista y locutor muy conocido desde mucho tiempo atrás, solicité matrícula en la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, y me la concedieron.

De entonces para acá han pasado 38 años, de los cuales llevo 36 vinculada a medios de prensa cubanos, desde que siendo estudiante de segundo año conduje por primera vez la revista informativa televisiva universitaria que cada martes durante dos horas, salía al aire por el Canal 2 de la TVC.

Luego fueron los diarios Granma y Juventud Rebelde, y ya quedé prendada de la prensa escrita, hasta que al graduarme se creaba la Agencia de Información Nacional (AIN) y tuve la oportunidad de verme entre sus fundadores.

¿Cómo y cuándo me enamoré de la carrera? En el camino, desde que dimos los primeros pasos en el periódico Despegue, que hacíamos en la escuela y que facilitaba el bautizo de fuego de los bisoños periodistas, junto con la revista Alma Mater, también liderada por los alumnos de cuarto y quinto años de la carrera. (Por cierto, lo primero que publiqué allí fue una entrevista a Miguel Cuevas, coterráneo avileño, excelente pelotero y bateador de armas tomar, ya que me inclinaba hacia el periodismo deportivo).

Desde segundo año, fuimos protagonistas de un programa de enseñanza que nos vinculaba a diario a un medio de prensa. De manera que estudiábamos la mañana en las aulas universitarias y las tardes-noches las pasábamos durante un semestre completo en un órgano de prensa, y se procuraba que el alumnado rotara cada seis meses por todos los soportes del periodismo: radio, televisión y prensa escrita. Esta experiencia bien merece ser analizada y estudiada en la actual formación de periodistas, teniendo en cuenta en déficit de profesionales en los órganos de prensa cubanos.

Estrenarme como periodista en la AIN –que por cierto, debía ser una escuela obligada para principiantes, porque con la práctica,  ahí se aprende la importancia de la síntesis, de la inmediatez, de sacar la esencia de la noticia y darle la relevancia y la intencionalidad que precisa-, marcó mi gusto profesional: todavía hoy prefiero la información a cualquier otro género, y siempre me sentí oronda de que dijeran que era rápida y precisa.

El tránsito de 20 años por Juventud Rebelde, cuyas páginas y colectivo signaron mi vida profesional, me amplió el diapasón a otros géneros y me inoculó el virus de revisar las fotos antes de redactar y seguirle los pasos al diseño, a la corrección de estilo y de prueba, hasta ver el trabajo impreso finalmente en el papel.

En un intervalo de esa veintena, dos años en Prensa Latina, (cuando el diario pasó a semanario como consecuencia directa del período especial sobre la prensa cubana), me devolvieron el incentivo de decir mucho en pocas palabras con lenguaje claro, directo, sin rebuscamientos y dirigiendo el mensaje a públicos diversos. PL es un verdadero centro docente, que no descansa ni de día ni de noche y cuyo anonimato de sus profesionales, hace crecer su valía: la calidad de su mensaje está refrendada por la de sus periodistas y fotógrafos, a quienes muchas veces sólo identificamos por las siglas de sus nombres.

Vuelvo a la interrogante que me impulsó a escribir este relato-crónica, ¿cómo se me coló en el alma el bichito del periodismo? Creo que la escuela toda contribuyó y las inquietudes de mis condiscípulos, pero más que todo, el contacto a diario con colegas experimentados y de prestigio; la estancia en las redacciones, en las que se intercambia sobre lo humano y lo divino; la revisión de las planas con olor a tinta fresca; el ruido de las rotativas que hacía temblar el piso de los talleres; el deseo de decir, de contar, de comunicar, de comentar…

A lo largo de estos años he aprendido que el periodismo es un vicio que te hace disfrutar y sufrir, pero que te conserva el espíritu siempre alerta para no perder capacidad de asombro, para encantarte con el canto de un niño, para llorar ante una injusticia y aún así tener fuerza para denunciarla, para enojarte si quieres comunicar algo y en el momento preciso no tienes un lápiz, un papel, una grabadora, una cámara fotográfica, una computadora con conexión….

Y como vicio profesional, ahora termino, porque acabé no haciendo gala de la síntesis de las agencias, y ya va a empezar otro conferencista en esta hermosa jornada. Seguro que lo que oiga me dará nuevo trigo.

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