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Marilyn...del Cuyaguateje

Silencio, están durmiendo...los nardos y las azucenas

 

No hay nada tan desagradable por las mañanas que despertarse con un exasperante timbre de despertador, de esos que sacan al más profundo dormilón de abismales ensoñaciones.

Empezar el día con personas ruidosas pone a muchos de mal humor. Después del silencio nocturno, necesitamos un breve tiempo de transición para adentrarnos en la ruidosa vida diaria.

Existen tendencias diversas de esta era de agresión auditiva. Quienes escuchan música a todo volumen se olvidan de los demás e imponen sus gustos al vecindario.

A veces se suscitan competencias musicales entre diferentes ritmos dentro de la misma cuadra, edificio...en una pugna de bocinas que sumergen a la comunidad en un verdadero caos. Sencillamente la disciplina comunal se fue por la borda.

Muchas veces se ha comentado sobre el pernicioso efecto de altos decibeles para la salud y se califica como un agente contaminante, pero en esta ocasión quiero analizarlo desde otra perspectiva: el daño a la convivencia humana, sobre todo cuando trabajamos y vivimos en ambientes sin privacidad para la concentración y la meditación.

Respetar el derecho ajeno es pensar no solo en nosotros, sino darnos cuenta de cuándo nuestra actuación puede perjudicar a quienes nos rodean. Sucede que somos egoístas y vociferamos en alta voz, agrediendo las normas de convivencia del entorno.

¿Por qué si una persona es madrugadora y desea levantarse a las cinco de la mañana - claramente, se acostó temprano - , debe despertar a los vecinos hablando con su perrito en alta voz, o poniendo Radio Reloj a gran volumen?

Conozco niños que, acostumbrados a los gritos hogareños, no saben expresarse de otra forma que imitando a sus padres en la conducta. Sin embargo, otros responden a ese ambiente con una actitud introvertida y tímida. En los dos casos se ha hecho daño al comportamiento del futuro adolescente.

Si Beethoven  siendo sordo supo componer bellas melodías, el silencio puede ser un buen consejero para enriquecer nuestra creación, por supuesto, sin llegar a la mudez. Abogo por recordar a los nardos y a las azucenas.

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